Hay algo por lo que siento una extraña predilección y una odiosa adicción: los escaparates de fotografía nupcial. Me gusta pararme frente al cristal y admirar todos y cada uno de los detalles que me asaltan desde la tienda. Ese conjunto de lienzos expuestos como pequeñas obras de arte al que además le suponemos un gran valor sentimental para los protagonistas, son un auténtico universo de sensaciones. Me deleito con todos los cuadros. Del más grande al más pequeño, del más minimalista al más panorámico, del más introspectivo al más ruidoso. Las virguerías fotográficas de los artistas me encantan. Es el cruce de dos vivencias aterradoras que funcionan en mi como una especie de confirmación del menos y menos es más. La ausencia de miedo al ridículo en el momento íntimo de dos personas en el punto álgido de una ceremonia que aborrezco me fascina y me atrae. Es droga morbosa, es voyeurismo sádico. Me maravilla detenerme y examinar los rostros felices y los posados de los anónimos detrás de una cristalera en el escaparate de una calle por el que pasan al día una gran cantidad de gente que casi nunca tiene la consideración de pararse a mirar salvo que piense en casarse dentro de poco.
El trazo grueso, blanco y difuminado, a modo de firma en una esquina, ‘José Antonio Fotógrafos’, aparcado en una esquina inferior, o peor, en vertical, lateral y superior. Esa firma, dentro de la fotografía que un día pasará del escaparate al salón de un hogar, como la uva que se desgrana del racimo y emprende un sórdido viaje al fondo del frutero para pudrirse, o bien llega al fondo del estómago de alguien, hasta diluirse entre jugos gástricos. El chopeo por el que absolutamente cualquier mujer parece tener el torso de una diva. Los montajes, los adornos, las posturas, las poses, los pelos engominados de los novios, sus patillas finas de peluquería. El escaparate es ácido puro. Doy un paso atrás, intento contemplar con una mirada militar todo el flujo. Los novios posando en una vespa, todo blanco y negro, excepto la moto, que es azul. La novia en blanco y negro con el ramo en color, como la niña de vestido rojo en la lista de Schindler. Los homenajes a los orígenes o al lugar de trabajo de alguno de los dos: como el posado de los novios hundidos en un montón de trigo. (Si algún día encontrara la foto de dos novios posando en la caja registradora de un Mercadona yo también compraría esa foto para ponerla en mi salón).
Porque luego están las poses, y aquí me vuelvo un poco más perverso. Las caras congeladas de los novios sonriendo al objetivo, al extraño, a ellos mismos dentro de 20 años, cuando ya no se hablen más ni follen entre ellos. Si hay algo más pudoroso que ver un plató de tele5 convertido en una pasarela de moda chusca para patanes de todo un país, son las poses en las fotografías. Cuando soy yo el que hago una fotografía, prolongo todo lo posible ese instante de vergüenza ajena contemplando el alargamiento de una sonrisa fingida de fotografía artificial. Esos incómodos segundos de típica sonrisa que pone Xavi cuando posa con el balón de bronce. Segundos que nunca se terminan y pasan entre el enfoque de la cámara y el disparo del fotógrafo dependiendo de su grado de sadismo. Sólo cuando me siento como un sucio hijo de puta, pongo la cámara en modo vídeo y ‘grabo’ la foto durante 15 o 20 segundos, haciendo que me equivoco. Ver el esfuerzo de la gente por mantener la perfecta inclinación de cuello, la perfecta compresión labial, la sonrisa y los párpados estáticos me regodea, es un jardín de las delicias contemporáneo. Con la gente que pasa la prueba del posado me iría a la guerra.
Cualquiera diría que en ese instante la persona se descubre un poco y nos deja llegar no hasta lo más profundo de su alma, pero sí nos deja oler un poco en la superficie; en cierto modo, nos descubre un poco sus miserias. Cuanto más prolongada es la pose, cuanto más tiempo es capaz de esperar esa persona sonriente sin parpadear mientras se alarga la letanía, más empeño pongo yo en hacer un tiro de Panenka con la cámara y más satisfacción obtengo mirando luego la foto. En las antípodas de la pose y la sonrisa artificial se encuentra la sonrisa natural, que gracias a la dictadura del posado, no solo es algo bellísimo por sí mismo, sino que ahora también es algo erótico.
Me parece espectacular. Me pasa con otras cosas pero me encanta pensar a un nivel más profundo acerca de las cosas y eso lo haces espectacular. No es que no me guste el fútbol, de hecho soy madridista mourinhista como el que más, pero cuando aplicas el ingenio a algo diferente, algo de lo que no está cansado hasta el propio Sisón, se agradece mucho.
🙂