Como Richie Finestra en Vinyl, no hacía más que ver señales durante el último mes. Primero estuve contando las camisetas y equipaciones del Madrid que iba viendo por la calle en una suerte de manía obsesivo compulsiva, y como no encontraba a nadie paseando con la equipación del Aleti, tuve que ponerme a contar las del resto de equipos europeos para equilibrar y aún así el Madrid aplastó en mi cuenteo en las calles de Marsella. A pesar de esta compulsión intentaba pensar lo menos posible en el Madrid, pero cada día que pasaba Milán se iba acercando más y más a mi, tanto que terminé en san Siro sin saber cómo. Cuando conseguí dejar a un lado esa manía que me estaba volviendo loco me crucé en un restaurante con un doble de Zak Yankovich y tuve que aguantar una comida sentado enfrente de él. Yo, ludópata como Finestra pero agorero en lo que se refiere al Madrid subí rápido a mi habitación, rebusqué en los cajones, y junte todo el dinero que encontré para apostarlo en tres veces a una victoria del Madrid por más de un gol. A diferencia de Finestra yo sabía que perdería todo mi dinero, pero eso me iba a acercarme a la felicidad. Cuando la gente me pregunta yo respondo que no soy nada supersticioso, pero muy maniático.
«Tus valores nos hacen creer», decía la pancarta del fondo Aleti. Ver hoy a Pancho Villa con el discurso que hace cuatro años pertenecía al Santo Job es sorprendente pero asumimos que todo vale cuando el fin último es intentar acabar con el Madrid. Leer una pancarta atlética hablando de valores me hizo pensar en un gitano tocando a la puerta de tu casa para leerte los evangelios. La cuarta gran religión mundial es el antimadridsmo. Lo sabemos nosotros aunque no lo admitan los demás, y eso es lo que nos hace tener tres pasos y once Copas de Europa de ventaja.
El Madrid dominó los primeros 30 minutos de una forma desconcertante. Tranquilo como si estuviéramos en una prolongación de la prórroga lisboeta. Aunque el hábito no hace al monge, en este caso el refrán se equivoca puesto que el Madrid no conoce mejor hábito que el de una final. Paradójicamente nuestro equipo ha tocado el cielo con las manos con una victoria inolvidable en un transcurso de competición muy tranquilo -cosa que enfadará a muchos-, en la que los jugadores que inicialmente estaban destinados al decorado han compartido escenarios principales con los actores principales, tal es el caso de Casemiro (2 Champions, 1 Copa) que se ha convertido indispensable en las correcciones, enderezando los renglones torcidos de Dios. Al Aleti basicamente le faltó grandeza para ganar, y al menos podrán consolarse con una estupenda canción de Sabina con la que sin duda sabrán darnos el coñazo tanto o más que con una Champions.
Una parte de la grada se dejó la voz durante todo el partido; el fondo del Madrid estaba engalanado con muchas camisetas blancas, bufandas moradas y varias banderas de España, muy seguramente porque Sergio Ramos y Carvajal son ídolos indiscutibles e insuperables de la afición. Antes del gol del empate Zidane jugó con fuego por no cambiar a Cristiano a falta de 20′ para la conclusión cuando era evidente que no podía correr. La salida de Kroos, excelente todo el partido, desconcertó a todo el mundo. El único consuelo tras el gol era que habían marcado demasiado pronto como para poder devolvernos la de Lisboa.
Luego llegó la cojera de Bale, y ahí nos temimos lo peor, pero el equipo jugó una prórroga maravillosa sin oxígeno en las piernas pero con cuajo en el alma, e hizo suya la canción de los fans: «cuando te falte la voz, canta con el corazón». Comenzó la tanda con una pequeña victoria no recogida en televisión, Ramos celebró agitando el brazo el sorteo de portería, en el lado madridista. Pero con lo que me quedé realmente atónito fue con Lucas Vázquez. Hay jugadores que recorren la distancia entre el medio campo y el punto de penalti como si estuvieran en el corredor de la muerte, pero al dorsal 18 sólo le faltó silbar: toques con el pie, con la cabeza y giros del balón sobre su dedo como si fuera un nigga molón de la NBA. Sin ninguna duda una de las demostraciones de carisma más grandes vistas en una tanda de penaltis.
Nadie falló su penalti. Todo el mundo lo tiró a la izquierda de Oblak, con tanta calma y tranquilidad como si mientras tiraran con una pierna, mecieran una cuna con la mano contralateral. En esa cuna tan bien mecida por Lucas, Marcelo, Bale, Ramos y Cristiano se halla la felicidad y el orgullo de ser del Real Madrid. En cuanto las niñas se durmieron en el cesto, el estadio estalló de alegría y todos lloramos abrazados y alborotados.
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